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Hace ya bastantes años, por escapar de los gatos y de las trampas también, unos ratoncitos se colaron en un tren y a los campos se marcharon.

Andando, andando y andando llegaron por fin al pie de una montaña llamada la montaña Yo-no-sé, y entonces dijo el más grande: lo que debemos hacer es abrir aquí una cueva y quedarnos de una vez porque como aquí no hay gatos aquí viviremos bien.

Trabaja que te trabaja tras de roer y roer agujereando las cuevas se pasaron más de un mes hasta que una hermosa cueva lograron por fin hacer con kioskos, jardín y gradas como si fuera un chalet.

Había entre los ratones que allí nacieron después, una ratica más linda que la rosa y el clavel. Su nombre no era ratona como tal vez supondréis, pues la llamaban Hortensia que es un nombre de mujer.

Y era tan linda, tan linda que parecía más bien una violeta: parecía hecha de plata por el color de su piel y su colita una hebra de lana para tejer.

Pero era muy orgullosa y así ocurrió que una vez se le acercó un ratoncito que allí vivía también y que alzándose en dos patas temblando como un papel le pidió a la ratoncita que se casara con él.
¡Qué ratón! Dijo ella con altivez.

Vaya a casarse con una que esté a su mismo nivel, pues yo para novio aspiro, aquí donde usted me ve, a un personaje que sea más importante que usted.

Y saliendo a la pradera le habló al Sol gritando: Jeeey! Usted que es tan importante porque del mundo es el rey, venga a casarse conmigo pues yo soy digna de ser esposa de un personaje de la importancia de usted.

Más importante es la nube – dijo el Sol con sencillez – pues me tapa en el verano y en el invierno también. Y contestó la ratica: Pues que le vamos a hacer… Si es mejor que usted la nube con ella me casaré.

Más la nube al escucharla, habló y le dijo a su vez_ Más importante es el viento que al soplar me hace correr.- Entonces – dijo la rata – entonces ya sé que hacer si el viento es más importante voy a casarme con él.
Mas la voz ronca del viento se escuchó poco después diciéndole a la ratona: - Ay Hortensia, ¿sabe usted?, mejor que yo es la montaña aquella que allí se ve – porque detiene mi paso lo mismo que una pared.

- Si mejor es la montaña con ella me casaré – contestó la ratoncita-, y a la montaña se fue.

Mas la montaña le dijo:

- ¿Yo importante? ¡Je, je, je! Mejores son los ratones lo que viven a mis pies, aquellos que entre mis rocas tras de roer y roer, construyeron la cuevita, de donde ha salido usted.

Entonces la ratoncita volvió a su casa otra vez y avergonzada y llorando buscó al ratoncito aquel a quien un día despreciara por ser tan chiquito él.

Aaaaaalfreditoooooooooooo!!!!

¡Oh, perdóname, Alfredito – gimió cayendo a sus pies-, por pequeño y por humilde un día te desprecié, pero ahora he comprendido – y lo he comprendido bien – que en el mundo los pequeños son importantes también!
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