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Verdi, el pequeño escarabajo, vivía cerca del huerto de Doña gallina. Siempre estaba solo. Paseaba por el huerto vestido con un chaleco gris y un sombrero negro.

Su casita estaba hecha de cáscara de nuez y al lado de un fuerte abeto que le protegía del viento y la lluvia.
Al salir los primeros rayos del sol, abría la ventana y ensayaba con su trompeta.

¡Si, era trompetista!

¡Tararí, tarará, tararí!.

Todas las mañanas, entonaba su canción.

Él, quería mucho a su trompeta dorada, ¡Se la había regalado un viejo búho que vivía en el bosque!

Llevaba años practicando y realmente era maravilloso oírle tocas.

Sus amigos soportaban sus ensayos con mucha paciencia.

Poco a poco la trompeta parecía estar viva, pues sus notas sonaban cada vez mejor.

¡Bailaban en el aire! ¡Que ritmo!

Las notas subían hasta las nubes y jugaban con ellas.

Sus amigos: la gallina, el saltamontes y el viejo búho, le animaban para que se presentara a un concurso de trompeta que había en el bosque.

Su música llegó a conocerse en otros bosques cercanos.

Todos los animalitos venían a oírle tocar.

Llegó el día del concurso, todos sus amigos se pusieron sus mejores ropas. ¡Que guapos estaban!

Algunos animalitos eran un poco envidiosos y desconfiados. No creían que Verdi fuera tan buen músico.

¿Cómo va a ser buen músico un escarabajo? – decían.

¡Es un poco feo y no vive en una casa elegante! - Comentaban otros.

Pero cambiaron de opinión enseguida al oírle tocar.

Eran tan hermosas sus melodías que todo el mundo escuchaba con atención.

El concurso fue un gran éxito y todos aplaudieron entusiasmados.

Verdi, se hizo muy famoso, pero siguió viviendo en su casita de cáscara de nuez y divirtiéndose con sus amigos.
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