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- ¡Uf! ¡Qué calor hace hoy! – exclamó el hombrecillo quitándose el sombrero y enjugándose el sudor.
El burro se detuvo en el sendero y Leal, (que así se llamaba el perro) moviendo la cola, se puso a perseguir a una mariposa por entre la yerba. El bosque no era espeso, pero los grandes árboles proyectaban en el suelo anchas, manchas de sombra.

- Basta por ahora – continuó el hombrecillo dirigiéndose al burro y al perro-. Nos detendremos aquí para descansar. ¡Voy a echar un sueñecito a la sombra!

Y, bostezando, se tumbó en la yerba, junto a un gran matorral. El burro se puso a mordisquear al borde del sendero. La yerba era buena, pero le gustaban mucho más los cardos, que tenían grandes y suculentas flores, y como allí no había ninguno, lentamente, en busca de cardos, se fue alejando del sendero y penetrando en la espesura.

Leal lo seguía olfateando el terreno, corriendo de un matojo a otro, como si quisiera descubrir quién sabe qué cosa. Fuera porque viese comer al burro, o fuese porque empezó a sentir cierto malestar en el estómago, al cabo de un rato, dijo a su compañero.

- Oye, amigo, yo también tengo hambre. Inclínate, por favor, que quiero tomar un trozo de pan.

El burro llevaba, en efecto, en el lomo dos grandes cestos con pan. Pero fingió no oír y continuó comiendo sus cardos.

- ¡Eh, te hablo a ti! – insistió Leal- Tengo hambre. ¡Déjame que tome un trozo de pan del cesto!

El burro volvió despacio la cabeza y sin dejar de masticar, repuso - ¿Por qué he de hacer lo que dices? Malditas las ganas que tengo de molestarme por ti. Apáñate como puedas.

A Leal le sentó muy mal esta respuesta. Realmente no podía comer hierba para calmar el hambre. Acaso fuera mejor volver junto al amo.

Se disponía a hacerlo cuando, desde los matorrales, les llegó un aullido - ¡El lobo! – exclamó, espantado, el burro, con los ojos desorbitados-. ¡El lobo! Por caridad, amigo, ayúdame.

Leal era bueno, y su primer pensamiento fue el de lanzarse contra el lobo para que pudiese huir el burro. Pero recordó cuán descortés había sido su compañero para con él, y quiso darle una lección.

- ¿Por qué he de correr un riesgo por ti? - le dijo -. ¿Acaso me ayudaste hace un momento? ¡No! Apáñate tú ahora.

Y dicho esto se fue, dejando al burro que se enfrentara solo con el lobo.
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